Los clavos y la puerta

Érase una vez un niño que tenía muy mal carácter. Siempre andaba gritando e insultando a todos sus amigos y familiares a la menor ocasión.

Un buen día su abuelo, cansado de ver como su nieto trataba mal a todo el mundo, le dio una buena bolsa de clavos. Le dijo: "cada vez que pierdas los modales, clava un clavo en la puerta de tu habitación".

El niño prometió a su abuelo que lo haría, así que durante la primera semana clavó trece clavos en su puerta. Durante la segunda, clavó otros nueve. La tercera semana solamente clavó dos.

El niño fue descubriendo que podía controlar su carácter, y se dio cuenta de que así todos los que estaban a su alrededor, y él mismo, cada vez era más feliz.

Se acercó a su abuelo y le dijo: "¡por fin!, ya casi nunca tengo que clavar clavos en mi puerta". El abuelo asintió y le dijo que, ya que ahora se portaba tan bien, probara a quitar un clavo de su puerta por cada día en el que no había perdido las formas.

El niño lo hizo así, y durante un mes estuvo quitando clavos, día tras día, de su puerta, hasta que no quedó ninguno. Contento, fue a enseñarle su logro a su abuelo. Este asintió, le puso la mano sobre el hombro y le dijo:

-No quedan clavos en tu puerta, pero ya no volverá a ser la misma. Los agujeros que tiene ya no pueden arreglarse. Querido nieto, cada vez que pierdes la paciencia, dejas cicatrices en las personas iguales que estas. Puedes pedir después perdón, pero la herida permanecerá durante mucho tiempo.

¡Aprende a cuidar a tus seres queridos!


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